Durante el reinado de Felipe IV no fue en la Corona de Castilla donde se produjeron las revueltas más problemáticas para la Monarquía Católica, sino en los restantes territorios europeos. En los años de Felipe III se produjo la definitiva institucionalización de los territorios virreinales, pero a su vez comenzaron los primeros síntomas de desequilibrio al concentrarse la vida en las cortes provinciales. Evidencias que se agravaron durante el valimiento del conde-duque de Olivares, quien sustentó su gobierno apoyándose en la aristocracia. Además, Olivares vació los Consejos territoriales de sus atribuciones desviándolas a Juntas, creando la sensación de ‘falta de Rey’ en los reinos de la Monarquía. Cada uno de los reinos presentaba una serie de males, que se tradujo en un desequilibrio de sus fuerzas políticas. Así, las conspiraciones nobiliarias (cuyas aspiraciones chocaban habitualmente con los límites de la soberanía regia) y las revueltas provinciales constituyeron los dos puntos principales de desarticulación de la Monarquía.
La evolución política de don Juan José de Austria se ha inscrito en el marco de la decadencia de la Monarquía porque el centro, Castilla, estaba exhausto económicamente. En los planteamientos de este estudio se considera que la denominada “decadencia” de la Monarquía era en realidad un desajuste de la articulación sobre la que se había configurado en tiempos de Felipe II. Esto es, el desgaste de la administración de la Monarquía Hispana se hizo patente a lo largo del reinado de Felipe IV. Es lo que hemos estudiado en este libro a través de la figura de don Juan de Austria.
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